miércoles, 12 de diciembre de 2012

---> CERO


Zero, de Jasper Johns, óleo y collage sobre lienzo, 25.4x20.3 cm. 1959, Estados Unidos



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El cero, concepto que indica la ausencia de valor, es también algo rico y vital. Un vacío cuya presencia se siente. Absoluto, potencial y al mismo tiempo es nada.


Su invención es sin duda uno de los mayores logros de la humanidad y su aportación al pensamiento humano resulta incuestionable. La naturaleza del concepto cero resulta profundamente filosófica.


El signo numérico cero no tiene valor por sí mismo pero ocupa el lugar de los valores ausentes. Los mayas descubrieron el concepto del cero y su empleo 1000 años antes de que nada parecido fuese conocido y empleado en Europa. Se representaba mediante una concha o un caracol, símbolo de la regeneración periódica, igual que la luna. “El cero es el momento de la desintegración de la semilla del maíz en la tierra antes de que la vida se manifieste de nuevo. Es el momento posterior al sacrificio terrestre y previo a la resurrección celestial” (1) . El cero es un instante en la inversión de polarización. El gran mito de la regeneración cíclica está resumido en el simbolismo del cero maya.


El cero es también el glifo universal de la atemporalidad y la inmovilidad de lo eterno, de la permanencia del ser a través de las fluctuaciones del cambio. Siendo la nada, al mismo tiempo, el cero contiene en sí la evolución de la vida.


El cero apareció por primera vez en Babilonia, en tablillas de escritura cuneiforme datadas en el año 1800 a.c. y su valor ya era nulo. En notación posicional ocupaba los lugares donde no había una cifra. Posteriormente se le representó mediante dos cuñas cuneiformes, muy semejante a la forma actual del cero.

No obstante, es en la India del S.VII (2) cuando empieza a revelarse el verdadero genio y la imparable progresión del cero hacia el mundo concreto de la geometría, la abstracción algebraica, las matemáticas o la música. El avance del pensamiento científico no hubiera sido posible sin el concepto cero.


Cero (sunya, en sánscrito) es el vacío que está detrás de todas las apariencias. Su raíz (hinchar) connota que se trató mitológicamente de un vacío capaz de engendrar todas las cosas. El cero es femenino, la matriz potencial, el perfecto huevo cósmico para C. G. Jung.


El mundo de habla árabe lo llamó sifr (cifra en castellano) y lo transmitieron a Al-Andalus y posteriormente al resto de Europa. Los primeros manuscritos que muestran las cifras indias (llamadas entonces “árabes”) provienen del norte de España y son del siglo X: el Codex Vigilanus y el Codex Aemilianensis.


En Europa, el cero (zefhirum), comenzó a difundirse hacia el año 1000 y su adopción planteó un cisma en el pensamiento de la Edad Media, ya que el concepto cero “introducía el horror de la nada en la plenitud de la creación divina” (3) y ponía en duda la armonía de las esferas de Aristóteles. “El cero desafía a la lógica por cuanto sugiere al mismo tiempo el vacío primigenio y el abismo del infinito” (4). El matemático italiano Fibonacci hace uso del cero en su introducción al álgebra árabe (5), fue tildado de mágico, embrujado y demoniaco. Convendría aclarar que por entonces el uso del ábaco era comúnmente extendido y aceptado tanto por calculadores, clérigos y comerciantes, sistema éste que no contempla el cero para el cálculo. El uso por parte de Fibonacci del cero supuso un cambio de paradigma fundamental en el pensamiento occidental. Científicamente, el invento renacentista del espacio infinito de la perspectiva se basa en el vector cero del punto de fuga. Sin cero, no hay perspectiva, y así lo atestiguan Durero o Piero della Francesca. 


Es en el cero absoluto donde cesa todo movimiento molecular y al mismo tiempo representa la infinitud del agujero negro. El punto cero del vacío en la mecánica cuántica es la ilimitada energía de un sistema, el cero cósmico del big bang, la creación del universo a partir de la nada. El cero es positivista y metafísico a la vez.


Ordenadores, teléfonos,… basan sus funciones en el código binario de unos y ceros, pulsaciones y silencios. Curioso, inquietante y solemne es el concepto del cero, que sin tener valor por sí mismo confiere valor y potencias a otros.


El cero no es la negación absoluta, es una carencia de oposiciones y contrastes, la ausencia de dinamismo. En el cero subsisten distintos estados de manifestación, el cero es la nada pero “permanecen conscientes todas las posibilidades consideradas. El abismo del cero-nada deviene visible en cada brecha de la existencia, en cada transformación de la realidad, en cada crisis, sufrimiento, metamorfosis, en cada cambio de forma, o en cada vez que el estado de una cosa es alterado, el abismo de la nada es atravesado y se hace visible durante un instante” (6), pues nada puede cambiar sin producirse el contacto con esa región del ser absoluto que es el cero.


“La prueba de Dios habría que buscarla en el encuentro del vacío con el infinito” (Descartes) (7), y ahí está el cero: punto de equilibrio entre lo negativo y lo positivo.


Gráficamente, un concepto tan complejo como es el cero, fue diseñado del modo más sencillo. Todas sus significaciones están implícitas en su genial abstracción tipográfica, inconscientemente inspirada en el mythos.


Un profundo vacío, el espacio no activado, el tiempo detenido, la idea en potencia, la ausencia de materia, una barca sin remos en la Estigia entre el Hades y el cielo, el preciso instante del ahora y la eternidad en la nada. El cero representa la nulidad, la inexistencia,… la muerte, y al mismo tiempo es una presencia energética latente hacia la vida.


Todo esto, y nada, es el cero.




Justo Ruiz Granados


Madrid 10 de diciembre de 2012


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(1). Jean Chevalier y Alain Gheerbrant. Dictionnaire des symboles. París, 1969

(2). Abu Ja’far Mujammad Ibn Musa. Tratado de la adición y la sustracción mediante el cálculo de los indios, 810 d.c.

(3). Robert Kaplan. The Nothing That Is: A Natural History of Zero. Oxford, 2000

(4). Charles Seife. Zero: The Biography of a Dangerous Idea. New York, 2000

(5). Leonardo de Pisa, Fibonacci. Liber abaci. Pisa, 1202

(6). Joseph ben Shalom de Barcelona, S. XIII.

(7). The Archive For Research In Archetypal Symbolism (ARAS)



                                   
  

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