Acrópolis de Selinunte, "la ciudad de la luna", el mismo día del equinoccio de primavera. El sol y la luna, llena, luchan en el mismo paralelo. La mitad de día, la mitad de noche. Una tormenta en alta mar sirvió de escena y aunó el espectáculo. Dos años más tarde leí en el estupendo libro del reloj de arena de E. Jünger que estos templos y su acrópolis fueron erigidos con el único fin de venerar precisamente ese día: el equinoccio de primavera. Fue la misma noche del jueves santo, la pascua judía, las calendas romanas, el easter celta, el tránsito egipcio, el Marduk babilonio, el Lakshmi indio, el Kukulkán maya, el dragón chino,...: fue entonces cuando me di cuenta de que el origen del tiempo comenzó sólo hace miles y miles de años y fue piedra a piedra.
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