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El sofá-turbina |
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Vista aérea de la presa de Salime |
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Sala de Turbinas |
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Iluminación en la coronación de la presa de Salime |
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Acceso principal |
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Sección del proyecto original |
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Planta del proyecto original |
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Perspectiva cónica del proyecto original y fotografía |
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Trazado original del teleférico y foto actual del estado del mismo |
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Fotografía del proceso de construcción de la presa de Salime |
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Fotografía del proceso de construcción de la presa de Salime |
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Fotografía del proceso de construcción de la presa de Salime |
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Fotografía de la presa de Salime en su inauguración |
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Trabajos en los frisos de hormigón de la entrada. 1954 |
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Joaquín Vaquero Turcios ante la "boca de ballena" |
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Vista de la presa desde el poblado superior |
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Fotografías de los miradores y espolones |
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Fotografía de los miradores |
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Fotografía del interior de uno de los miradores |
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Iluminación de la coronación de la presa y la carretera superior |
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Diseño de una luminaria interior |
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Lucernarios de la sala de turbinas y gran luminaria de recepción |
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Interior de la sala de turbinas |
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Cubierta y ménsulas de la sala de turbinas |
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Detalle del mural de Vaquero Turcios |
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Mural "eléctrico" y turbinas |
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Gran luminaria sobre el sofá-turbina |
La impresionante presa de Grandas de Salime (Asturias) es una
inimaginable obra integral hecha realidad. La Arquitectura y la Ingeniería son
indisolubles en este gran proyecto sobre el valle del río Navia y “La
Central constituye un ejemplo de integración de escultura, arquitectura y
pintura en una obra industrial, respondiendo así a un deseo de humanizar un
espacio que está al servicio de la técnica”. Su
diseño es majestuoso pero sin ser excesivo, la solución es cuanto menos
sencilla y el resultado de gran belleza y tensión plástica. Su autor, Joaquín
Vaquero Palacios (1900-1998), arquitecto, pintor y escultor, resolvió con gran
eficacia un titánico proyecto y que como dirían nuestros antiguos: fue digno de
ser tallado por los rayos del mismísimo Zeus. Hoy en día la presa de Grandas de
Salime está declarada Bien de Interés Cultural Protegido y considerada por el
Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial.
Vaquero Palacios decía que la integración de las artes era
una absoluta necesidad para la industria ya que "nuestra actividad actual está desbordada y nuestro organismo
necesita ser apaciguado de alguna forma para sobrevivir a la tensión a que se
le somete cada vez con mayor
exigencia"… y el autor lo logró, vaya si lo logró.
En este proyecto intervinieron de forma activa tres
generaciones de una misma familia: los Vaquero. El primero de ellos, Narciso
Hernández Vaquero fue socio fundador y presidente de la empresa Hidroeléctrica
del Cantábrico (HC). Su hijo, Joaquín Vaquero Palacios (1933-2010 renunció al apellido
Hernández), fue el autor de este magno proyecto en el que se propuso unir funcionalidad
y belleza. Quiso que en los espacios de trabajo, en los lugares en los que se
genera energía, hubiera algo más que hormigón y máquinas: hubiera luz natural, confort,
diseño y arte para atemperar el medio laboral. También intervino el tercero de
la saga: Joaquín Vaquero Turcios, que como su padre, fue también un creador integral.
Solía comentar que “la pintura y la escultura son disciplinas indisolubles
a la arquitectura” (suyos son los grandes murales bajo las aguas del río
Navia y el mirador colgante conocido como “la boca de ballena”).
La hidroeléctrica de Salime es una obra espectacular en
todos los sentidos: el salto es de 134 metros coronada por unos espigones y
miradores expresionistas que firmaría el mismísimo Eric Mendelsohn. La sección
del complejo es ingeniosa puesto que la gran sala de turbinas se proyectó bajo
el aliviadero y pese a estar semienterrada bajo las aguas cuenta con luz
natural. Unos grandes bajorrelieves de hormigón en la entrada principal nos
revelan en donde estamos: el mural alude a la energía y representa las nubes,
la lluvia, las observaciones meteorológicas, la toma de datos, las aguas en
libertad, las embalsadas, las compuertas, la energía, las líneas de transporte,
las obras... Dentro, dos inmensos murales de 60 metros de largo por 5 de alto,
obra de un joven Vaquero Turcios de apenas 23 años, relata el proceso de
construcción de la central: aparece su abuelo en la primera de las imágenes y
en la última, Matías Prats padre dando cuenta de la puesta en marcha de tan
magna obra. En el camino, los consejos de administración de Hidroeléctrica del
Cantábrico y Viesgo, que se unieron para hacer realidad el proyecto, los
vecinos abandonando los pueblos anegados, el inicio de las obras, la construcción
del muro del salto, el teleférico, el duelo por los fallecidos, la construcción
de los cuatro poblados provisionales para albergar a los trabajadores, etc. El propio Vaquero Turcios lo relató
del siguiente modo: «Llevaba aquí unas
semanas viendo y viviendo la emocionantísima epopeya de la construcción de la
presa; el espectáculo de la obra y el paisaje, los barrenos, las aguas, las
rocas y, sobre todo, esos ejércitos de hombres que trabajaban en la obra, el
poblado en el que vivían los trabajadores, los bueyes que arrastraban los
castilletes, todo con medios primitivos. Era como la construcción de las
pirámides, y me dije, tengo que contar eso. Y me puse a pintarlo». Sobre
las ménsulas que sostienen el balcón de paso hacia el cuadro de mandos hay unas
pinturas a modo de banderas en donde Vaquero Turcios se entregó en 2001 a
realizar aquello que entonces proyectó y no pudo hacer debido a la censura del
franquismo, cuatro perfiles: los de Picasso, Planck, Freud y Einstein y algunos
de sus pensamientos. Uno de ellos, el de Picasso, advierte: "La pintura no
está hecha para decorar apartamentos". Al otro lado, otro mural abstracto y
de colores eléctricos nos recuerda a una descarga entre dos bornes. Los gigantescos
murales ensalzan un espacio ya de por sí grandioso: la curvatura del techo de
hormigón recuerda a la tensa barriga de una ballena, pero a pesar del ruido de
las turbinas y de saberse uno que está bajo las aguas el espacio es ligero, la
gran panza del salto de Salime parece levitar sobre la sala de turbinas gracias
a unos grandes lucernarios laterales. Una catedral sumergida. Vaquero Palacios
también consiguió con los elementos de más pequeña escala y de detalle
enaltecer la integración entre disciplinas aparentemente diversas: el diseño de
las luminarias es sublime, los pasamanos son de cobre, iguales a los cables empleados
en las líneas de alta tensión, el mobiliario fue diseñado ex profeso y cabe
señalar el sofá-turbina por su originalidad no exenta de comicidad. Uno se
imagina allí sentado al Dr. No despachando a un 007 en unos años en los que
éste ni siquiera existía.
El proyecto de la presa de Salime se inició en 1940, las
obras comenzaron en 1946 y se finalizaron en 1953. En ella trabajaron más de
9000 personas, se cobraron la vida de 306 y se precisó de la construcción de un
teleférico de 40 Kilómetros y 8 estaciones hasta el puerto de Navia para el
suministro de materiales como el clinker, el yeso y otros materiales que se
recibían por vía marítima. En su momento, fue el mayor de los teleféricos
construidos en España y el más importante de Europa en su modalidad, fue diseñado
por la empresa italiana especializada Cereti-Fanfani. Se construyeron cuatro
pueblos provisionales para albergar a los trabajadores (la mayoría inmigrantes
andaluces). Fue realizada con una gran escasez de medios y exigió burlar el
embargo impuesto por la ONU, siendo importadas clandestinamente las
turbinas desde el Reino Unido. El salto transformó el paisaje para siempre:
anegó ocho pueblos asturianos y cinco lucenses. Levantar la que en aquel momento iba a
ser la mayor presa de España y la más alta de Europa supuso la realización de
una obra ingente que movió varios centenares de miles de metros cúbicos de
hormigón y obligó a desviar el curso del río, a fin de dejar seco su lecho en
la zona donde se levantaría el muro de la presa. Un túnel serviría de cauce
provisional a las aguas desviadas del curso natural del río. Fue excavado en
roca y revestido de hormigón, para lo que se precisó una excavación de 30.725
metros cúbicos. El cemento para la fabricación de hormigones se producía a pie
de obra, lo que obligó a buscar una cantera próxima capaz de facilitar el
enorme volumen de piedra necesaria. Solventado el proceso de producción de
materiales y la construcción de los cuatro poblados que iban a dar acogida a
los operarios se pusieron en marcha las obras de la presa. Se levantó un muro
de tipo «arco de gravedad» con taludes del 5% aguas arriba y 72% aguas abajo,
con radio de 400 metros en su coronación y con una altura sobre cimientos de
132 metros, lo que situaba la presa como la mayor de España y de Europa. En la
parte superior tiene una longitud de 250 metros, por ahí discurre el paso de la
nueva carretera que fue proyectada (AS-14) y en cuyo centro se encuentra el
aliviadero con cuatro compuertas de 12x7 metros y una capacidad de desagüe de
2.000 m3 por segundo. Bajo el aliviadero se construyó la central, que se
alimenta por cuatro tuberías de 2,50 metros de diámetro para el abastecimiento
de las turbinas. Cada una de ellas acciona un generador que produce 30.400 KW a
un voltaje de 11.000 voltios.
Hoy,
la central de Salime continúa a pleno rendimiento, aunque en las imponentes
instalaciones únicamente trabajan diez personas, nada que ver con las más de
nueve mil que pasaron por las obras durante los ocho años que duraron. Es una
obra admirable, y lo es mucho más si tenemos en cuenta las condiciones en que
se realizó.
En
el proyecto de Salime Joaquín Vaquero Palacios fue una persona comprometida con
el arte en todas sus vertientes así como un feroz defensor de la multiplicidad
de las artes vistas bajo un único crisol. La arquitectura, la pintura, la escultura,
la literatura o la poesía no son sino expresiones diversas orientadas a un
único fin: el conocimiento como la suma de saberes diversos. Como anécdotas recordaremos
que se casó con la única sobrina de Rubén Darío y que en 1933 colaboró con
Federico García Lorca en el diseño y construcción de los escenarios de La Barraca. Fue también persona viajera:
becado en Nueva York, Méjico, París y Roma.
Quienes
no conozcan el salto de Salime, en Asturias, deberían pasarse por allí en
alguna ocasión: les puedo asegurar que se sentirán electrificados en aquel
lugar y experimentarán una auténtica ARQUITECTURA ELÉCTRICA… ¡¡Zaaaass!!...,
sin lugar a dudas.
Justo Ruiz Granados
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Salto de Salime |